Episodio DOS: HIROSHIMA
Antes de la REVELACIÓN: HIROSHIMA
Ese momento está grabado en mi memoria como un hito histórico difícil de olvidar. Impreso con esas tintas que no hay forma de borrarse. Ella, mi terapeuta, sentada en su sillón con su cuaderno entre las piernas y su lapicera en una mano y el mate en la otra. Yo frente a ella sentado en posición de indio con un vaso de agua fresca y el clásico "dispenser" de pañuelos descartables.
Un enfrentamiento tan habitual que ya no me ponía a la defensiva. Que no me rigidizaba y activaba esos mecanismos tan míos de evitación y ataque que ya me los conocía de memoria. Pero que sin embargo, no dejaban de dolerme una y otra vez.
Y de pronto esas palabras que salieron de su boca y que me cayeron como un piano le caía a algún personaje de los Looney Tunes en la cabeza: "hasta acá llegamos." Qué significaba eso me preguntaba dentro mío. Por qué me decía esto, en este momento. Qué tenía que ver con todo lo que veníamos trabajando hace meses. Y confieso que hasta me sonó algo desubicado, fuera de lugar.
¿Mi respuesta?¡¿Que cuál fue mi respuesta?! Sinceramente no la acuerdo con claridad. Lo que si recuerdo es lo que me sucedió internamente. Fue como una corriente eléctrica que entró por mis oídos y recorrió cada parte de mí cuerpo. Y que enardecida buscaba por dónde salir como buscando huir de mí. Salió por mis ojos, en forma de lágrimas. No muchas, quizás las suficientes. Las necesarias. Las que ameritaba ese momento que sería una bisagra en mis treinta años de vida.
Un saludo cordial, un abrazo en la puerta y un "estamos en contacto" fueron la antesala de una caminata gloriosa por las calles de mi ciudad, en un verano arrollador. Recuerdo que me puse mis auriculares y en esa playlist bien random que me había armado para las salidas de terapia, sonaba una canción que me hizo sentir fuerte, valiente, poderoso. Soy de titanio repetía una y otra vez.
Sentí por un segundo que se trataba solo de mi y de salir a comerme el mundo. ¡Faaaa!¡Qué increíble sensación! Todavía hoy la recuerdo y se me pone la piel de gallina. Lástima que solo fueron un par de pasos. Quizás unos sesenta hasta llegar a la parada del bondi.
Fue ahí que me di cuenta de que realmente se trataba de mí. Pero no era ese "de mí" empoderado. Era más bien un "de mí" con sabor a desazón, a vulnerabilidad. A qué mierda hago yo ahora sin mi terapeuta. Vi cómo todo lo que estaba alrededor mío se paralizaba. Como en esas escenas de película donde el actor está parado en el medio de la calle mirando a la nada y la cámara lo rodea por completo. Bueno, más o menos así pero con la diferencia de que si estaba en la calle, seguro me cagaban atropellando.
El 6 de agosto de 1945 el mundo cambió para siempre. La bomba atómica de uranio impactaba sobre la ciudad portuaria de Hiroshima. Un poder destructivo estremecedor. Un daño irreparable. Miles de víctimas que fueron sorprendidas fruto del impacto de aquello que no vieron ni pudieron preveer.
¿Saben cómo llamé a ese día de mi vida? Hiroshima. Porque lejos de sentir que una etapa dolorosa de mi vida terminaba (aunque en parte así lo fuera) todo comenzaba de nuevo otra vez. Pero esta vez la bomba había sido yo, e Hiroshima era ese terreno devastado y lleno de escombros que iba a exigir de mí todo el trabajo, el esmero y la dedicación para su reconstrucción.
Hiroshima eran los pedazos de mí que ya no eran "yo". Los pedazos que habían quedado luego del derrumbe y que estaban ahí. Algunos para ser desechados y otros para ser tomados con amor y ser parte de algo nuevo. Porque la vida es un poco de eso. La posibilidad de hacernos nuevos. De hacer nuevas las cosas. De empezar otra vez. Pero esta vez, desde nosotras y nosotros mismos.
Es la posibilidad de sobrevivir a nuestras propias bombas atómicas vitales. Esas que destrozan todo a su paso y para las que nunca estás preparado. Y que algunas ni siquiera alcanzan a impactar del todo. Son el daño expansivo que arrasa con aspectos de tu vida que no querías perder pero que hay que dejar ir.
Porque para eso están. Para cambiar el rumbo de tu vida y para modificar aquello que de otra forma no nos hubiéramos animado. Simplemente habitarlas, dolerlas, duelarlas. Y un día cuando estás listo, cuando estás lista. Te permitís comenzar tu propia reconstrucción.
Martín. Lo bueno es que vas superando etapas y te conocés mas. Saludos
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